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24 de octubre de 2017

UNA VENTANA AL MUNDO, DESDE LA CLAUSURA HASTA LA MISIÓN

Hace noventa años, Pío XI proclamó a Teresa de Lisieux «Patrona de los misioneros», título que comparte con Francisco Javier. En el futuro, la laica Pauline Marie Jaricot podría unirse a ellos en un inédito «triumvirato»

Una imagen de Pauline Jaricot
El vínculo entre la clausura y la misión es indivisible. Si el misionero es un «contemplativo en acción», como afirma la «Redemptoris missio» (de 1990), las monjas de clausura, suprema forma de vía consagrada, pueden ser definidas como «agentes pastorales en contemplación». 

Esta extraordinaria conexión se expresa plásticamente en la vida de Teresa de Lisieux, a quien, precisamente hace 90 años, el 14 de diciembre de 1927, Pío XI declaró «patrona especial de los misioneros, hombres y mujeres, que existen en el mundo». Este título ya había sido conferido al gran misionero Francisco Javier, que tres siglos antes surcó los océanos para llevar el Evangelio al Oriente.   

Ryszard Szmydki es un misionero polaco de los Oblatos de María Inmaculada, que fue vicario general de su congregación, con experiencia misionera en África. Después del servicio como secretario general en la Pontificia Obra de Propagación de la fe (obra que en la actualidad apoya numerosos proyectos en tierras de misión), fue nombrado hace poco subsecretario de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos. 

Szmydki explica con una imagen a Vatican Insider la profunda e indisoluble relación que une a las clausurares, desperdigadas por los cinco continentes, con los hombres y las mujeres que parten el pan eucarístico, llevan el amor misericordioso de Dios, anuncian el Evangelio hasta los confines más extremos de la tierra. «Basta pensar en Teresa de Lisieux: ella deseaba ser “el amor en el corazón de la Iglesia”. Hoy las monjas de clausura son como un corazón que bombea sangre, es decir la caridad de Cristo, a todo el organismo de la Iglesia universal. Así, el amor llega a todas las misiones y a todos los misioneros, que son las manos que bautizan y los brazos que acogen a los pobres y a quienes sufren». 

Su presencia orante y el don de la vida son esenciales, recuerda el subsecretario de Propaganda Fide: «El Papa Juan XXIII decía que las Pontificias Obras Misionales son como el sistema cardiovascular en el organismo humano, esa red que permite que el amor de Dios llegue a cada uno de los tejidos. Las monjas, con su oración y su sacrificio cotidiano, son su corazón latiente. Si el corazón no bombea sangre, el organismo muere. Así, si se interrumpiera la oblación cotidiana de las hermanas en los monasterios, todo el cuerpo de la Iglesia lo resentiría y los tejidos periféricos iniciarían a necrotizarse».  

La Iglesia universal en la actualidad está llamada a volver a descubrir y a dar valor al aporte callado y oculto de las almas que se dedican a la contemplación. Su vida, en adoración frente a la Eucaristía, siempre es «una ventana abierta al mundo», refieren a Vatican Insider las monjas carmelitas del monasterio de Sutri (VT), en ocasión de la Jornada Misionera Mundial, que se celebra el 22 de octubre. No es un encerrarse por miedo o por desprecio del mundo, y mucho menos una fuga o un deseo de defenderse. Es la oferta total de una vida que, como dijo Juan Pablo II a Lisieux en 1980, «no solo anuncia lo absoluto de Dios, sino que posee también un maravilloso y misterioso poder de fecundidad espiritual». 

Y si Francisco Javier comparte el título de protector de las misiones con la santa carmelita de Lisieux, hay otra figura que podría dentro de poco sumarse a ellos, para formar un «triumvirato» que no tiene ningún antecedente en la historia de la Iglesia: se trata de Pauline Marie Jaricot, laica francesa que vivió en el siglo XIX, en Lyon, obrera y fundadora de la Obra de Propagación de la Fe, que después se habría vuelto «pontificia». Es el deseo que expresó a Vatican Insider el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, dicterio que se ocupa de más de mil diócesis en Asia, África y América Latina. Para Jaricot, que ya es venerable, ya ha comenzado el proceso de beatificación, y Filoni espera que «pueda un día ser celebrada como testimonio de la preocupación misionera expresa por laicos», precisamente al lado de Francisco Javier y Teresita del Niño Jesús. 

El Prefecto de Propaganda Fide aprecia de Jaricot «el entusiasmo apostólico, innovador y creativo». «En cuanto laica, estaba a la vanguardia con respecto a la Iglesia de su época. Su corazón tendía a la obra de la evangelización, se proyectaba hacia tierras lejanas como China, el Pacífico, el Caribe. Jaricot contribuyó a crear en sus compañeras de trabajo, humildes obreras, la conciencia misionera, es decir la convicción de tener una responsabilidad en el anuncio del Evangelio. Así nacieron iniciativas como las colectas y la ayuda económica para los misioneros comprometidos en tierras alejadas, pero también la cadena de oración como el Rosario rezado por las misiones». 

Esa lúcida conciencia de que cada uno de los creyentes es un misionero, en fuerza del Bautismo, se iría abriendo brecha posteriormente en la Iglesia, gracias incluso a apóstoles iluminados como Paolo Manna, sacerdote del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras. Y poco a poco habría ido penetrando en el magisterio, a partir de la encíclica «Maximum Illud» d Benedicto XV, la primera de las encíclicas misioneras del siglo XX. Entonces el Pontífice llamó a toda la comunidad de los fieles a sentirse responsable de la misión, punto que habría sido retomado en el decreto conciliar «Ad gentes» y desarrollado en la exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» de Pablo VI, en la encíclica «Redemptoris missio» de Juan Pablo II y, finalmente, en la «Evangelii gaudium» del Papa Francisco. 

PAOLO AFFATATO
CIUDAD DEL VATICANO

Fuente: Vatican Insider